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La intervención con familias afectadas por la violencia filio-parental

Las actitudes del/de la profesional en la relación de ayuda

Algunos puntos importantes en nuestra relación con las víctimas del maltrato son:

  • Ayudar sin caer en estereotipos

No todos los padres que sufren violencia filio-parental son permisivos, incoherentes o punitivos autoritarios. (Rechea y Cuervo, 2009 y 2010). El hecho de que nosotros podamos manejar la violencia del chico/a en nuestra consulta o centro, no implica que sus progenitores puedan hacer lo mismo en casa, ni siquiera aplicando nuestras estrategias.

Ni la relación, ni los recursos materiales, ni el nivel de implicación emocional, ni el status/ rol que ocupa el técnico a la hora de intervenir son los mismos que tiene un padre de familia.

Si a esto le añadimos una autoestima mermada, un estado de ánimo depresivo (Howard, 2011; Howard y Rottem, 2008; Aroca Montolío, Lorenzo-Moledo y Miró-Pérez, 2014) y una cierta confusión a la hora de tomar decisiones (Bugental, Blue y Cruzcosa, 1989), coincidiremos en que los padres necesitan mucha ayuda para intentar recobrar los perdidos límites.

 

  • Desculpabilizar

Junto con el estrés y el miedo, la culpa es uno de las principales características de los padres maltratados. El sentimiento de haber fracasado como educadores unido al hecho de haber llegado a denunciar a su propio hijo y a la atribución negativa que se hace de este fenómeno desde buena parte de la sociedad —incluso en los Servicios Sociales en términos de considerar a estas familias a la vez como víctimas y verdugos (Aroca Montolío, Bellver Moreno, Alba Robles, 2013)— contribuye no solo a incrementar la cifra negra de la violencia filio-parental (Aroca Montolío, Alba Robles, 2012), sino sobre todo a la existencia de la negación y del secreto familiar (Eckstein, 2004). Ayudar a los padres a salir de esta doble victimización y elevar su malogrado autoconcepto es tan importante como dotarles de habilidades.

 

  • Ser cautos, honestos y realistas con nuestras recomendaciones

Ni el terapeuta tiene todas las respuestas, ni existen fórmulas mágicas para los casos más graves, todo lo más, ciertas técnicas que unas veces funcionan y otras veces no. Por poner un ejemplo, algunas de las propuestas sugeridas por Weinblatt y Abraham-Krehwinkel en el libro Resistencia No Violenta (Omer, 2004), aunque bien planteadas y muy interesantes, pueden resultar, además de complejas de implementar con algunos menores, insólitas para muchas de estas familias que llevan acudiendo a escuelas de padres, a psicólogos y terapeutas desde que su hijo empezó la educación primaria y que habiendo intentado poner en práctica más consejos y directrices de los que pueden asimilar, todavía no han visto resultados (Aroca Montolío, Bellver Moreno, Alba Robles, 2013).

 

  • Ser empáticos con las víctimas

Tal y como asegura Felson (1994), concebir en todos los casos al joven como un inocente corrompido por los adultos es un error. Más aún en el marco de la violencia filio-parental. Entre el agresor y el agredido no hay simetría, sino en muchas ocasiones una relación complementaria-rígida y perversa en la que el hijo actúa de forma intencional y consciente, con el deseo de causar sufrimiento (Pérez y Pereira, 2006; Cottrell y Monk, 2004) y obtener el control (Aroca Montolio, 2010; Aroca Montolío, Bellver Moreno, Alba Robles, 2012).

En este punto es necesario recordar que cuando la familia se decide a pedir ayuda, lleva mucho tiempo padeciendo violencia filio-parental (Rechea y Cuervo, 2009 y 2010) y que, tanto sus emociones adversas contra el chico/a, como su incapacidad de respuesta, incluso sus posibles recelos ante la intervención del técnico, pueden ser, en buena parte, efectos de ese mismo maltrato.

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