Se podría hablar de la existencia de hasta cuatro etapas en relación con la evolución de la innovación social, tal y como se presenta a continuación:
La innovación social como una aplicación de la invención técnica-científica
Schumpeter (1934) establece que la innovación se identifica principalmente en la innovación científica o tecnológica. En el mismo sentido, Calderón (2008) advierte que sólo la invención o el descubrimiento generado en el ámbito científico “entra” efectivamente en el mundo empresarial, rompiendo el círculo de la ciencia pura, incorporándose a procesos productivos, métodos organizativos y productos que posteriormente van a difundirse en el tejido social, a través del mercado. Este autor considera que únicamente en este caso podría hablarse de una auténtica innovación social. Calderón (2008) plantea que sin la existencia de los emprendedores que lleven a la esfera social las innovaciones, el proceso innovador estaría limitado al ámbito restringido de la ciencia, sin que pudieran asumirse e incorporarse las correcciones que emergen de la práctica social.
Desde esta línea de pensamiento, se podría afirmar que cualquier organización con capacidad para innovar podría tomar el conocimiento (ya sea conocimiento científico, tecnológico o técnico), utilizarlo en el desarrollo de su actividad empresarial, transmitirlo así a la sociedad mediante el mercado o la actividad económica y, de esta forma, convertirlo en una innovación social. (…)
Por su parte, Godin (2012) argumenta que durante la primera mitad del siglo XX la innovación social fue discutida sobre todo como un proceso de ajuste entre la sociedad y la innovación tecnológica. Este autor infiere que la aplicación de la innovación tecnológica otorga una connotación social a dicha invención. Para justificar esta posición recurre a dos autores con posturas muy diferentes frente a la innovación social: Ogbum y Weeks.
La innovación social como forma de contribuir a un mejor desarrollo de la sociedad
El proceso de industrialización previo a la II Guerra Mundial había provocado una pérdida significativa del interés en el ser humano, en la sociedad. Precisamente, el trabajo de Ougburn (1939) trata de replantear la relación de dependencia entre ciencia y sociedad en el ámbito innovador. Es así como surge esta segunda tendencia en la que la innovación social busca ayudar a la sociedad a solucionar los problemas de deshumanización causados por la industrialización. Desde este enfoque, los ejemplos de innovaciones sociales son cada vez más abundantes, pasando de ser algo marginal a corriente dominante.
En esta nueva línea en la que la innovación social aparece como un instrumento para ayudar a la sociedad, empiezan a reconocerse y a valorarse la actuación de sujetos individuales y colectivos que impulsan los procesos de innovación social y contribuyen a su caracterización. Así, en los trabajos de Mulgan (2006) y Leadbeater (1997) se aborda el papel de estos sujetos dentro de los procesos de innovación social, hasta tal punto que Leadbeater (1997) apunta el rol central de estos y expone dos motivos fundamentales por los que resulta necesario fomentar este tipo de figuras, así como una mayor inversión en innovación social desde las políticas públicas:
Según Leadbeater (1997), la innovación es la única esperanza que queda para mantener el bienestar. Las aportaciones de este autor sugieren que la propia sociedad debe auto-organizarse para atender las múltiples demandas sociales a las que no puede hacer frente el Estado y es aquí donde los agentes de innovación social adquieren una especial relevancia.
Posteriormente, Emmanuel Mesthene (1970), Director del programa de Tecnología y Sociedad de la Universidad de Harvard, postula que las innovaciones sociales deben esforzarse en atender aquellos problemas o situaciones en las que se manifiesta una fractura social. Así, en la década de los 60 y 70, la innovación social centró su atención en ayudar a los gobiernos a solventar los retos sociales de la época. Una referencia importante en esta perspectiva es que la propia OCDE aboga en este momento en que se concreten políticas públicas en las que se relacionen aspectos técnicos y sociales con el objetivo de aumentar las condiciones favorables para el desarrollo humano.
A raíz de este nuevo enfoque surge la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) como fórmula para potenciar la innovación social (Asongu, 2007). Este autor considera que las sociedades actuales demandan de las organizaciones empresariales algo más que simples productos con calidad y servicios confiables a un precio adecuado; se requiere un retorno de parte del beneficio social que obtienen de su entorno más próximo. Asongu (2007) advierte que muchas organizaciones han desarrollado productos muy innovadores como resultado de sus políticas de RSC, lo que les ha permitido lograr importantes ganancias empresariales al mismo tiempo que han contribuido a mejorar la calidad de vida de la sociedad.
Con todo, este autor advierte que la RSC no debe confundirse con las “donaciones caritativas” efectuadas por las corporaciones, de tal modo que las donaciones económicas no podrían considerarse mecanismos de desarrollo de la innovación social.
La innovación social liderada por organizaciones con fin social
Los problemas que aborda la innovación social no son ni simples ni sencillos, al contrario, son difíciles de solucionar y muy complejos (Kesselring y Leitner, 2008). Esta circunstancia ocurre porque la mayoría de los retos a los que se enfrenta la innovación social constituyen problemas emergentes”, problemas enrevesados que no parecen estar bien definidos y para los cuales no hay una solución precisa (Drawth, 2001).
La OCDE, en su Manual de Oslo de 1996, identifica a los principales actores innovadores, aquellos llamados a desarrollar estrategias de innovación social y a crear mecanismos y programas nuevos que mejoren las condiciones de vida de la sociedad: el Estado y el llamado Tercer Sector. En una postura más específica, el documento Toward a Theory of Innovation and Interactive Learning, publicado por la Lundvall (2010), destaca el papel protagonista del sector público en el proceso de innovación. Este documento considera que el sector público debería estar involucrado directamente en el apoyo a la ciencia y el desarrollo, ya que, las regulaciones y los estándares que se promueven desde este sector influencian sobremanera la tasa y dirección de la innovación, a la vez que suele ser el usuario más directo e importante de los resultados de la innovación. En un sentido similar, Howaldt y Schwarz (2010) afirman que la innovación social está supeditada a la acción gubernamental y a las estructuras institucionales regulatorias. Evidentemente, las reformas de los gobiernos deben orientarse en un doble sentido:
A modo de conclusión de este apartado se podría afirmar que las ideas de Klein y Knight (2005) presentan un elevado paralelismo con la tendencia hasta ahora descrita. Estos autores establecen que la innovación es un hecho imperativo y muchas organizaciones –ya sean privadas, públicas, con o sin ánimo de lucro– no son capaces de descubrir los beneficios que la incorporación de dichas innovaciones les reportan, al mismo tiempo que fallan en desarrollar innovaciones para lograr mayor calidad de vida social. El problema estaría, según estos autores, no en el proceso de innovación en sí mismo, sino en cómo este se implementa con unos fines sociales y en el fracaso de las políticas públicas a la hora de impulsar estos objetivos.
El estudio de la sociedad como contexto de generación de innovaciones sociales
Una de las posturas más paradigmáticas de esta tendencia es la que plantea el Manual de Oslo (2005), donde se sugiere que para que la innovación social sea real, lo más relevante es su utilización efectiva y continuada, traducida en apropiaciones sociales a través del uso. Desde este enfoque los usuarios serían fuentes de innovación social al emplear las innovaciones introducidas en su vida cotidiana. Precisamente, la investigación de Von Hippel (1988) destaca cómo los usuarios, los distribuidores y los suministradores son fuentes de innovación y no sólo los investigadores y fabricantes de productos o bienes y servicios.
Los estudios de Echavarría (2008) constituyen un buen ejemplo de los estudios que dedican esfuerzo a caracterizar a los productores, difusores y consumidores de innovación, concluyendo que la transferencia de conocimiento por vías interdisciplinares supone una fuente clásica de innovación epistémica, al transmitirse y ser usados conocimientos surgidos en diversos campos disciplinares (Morales, 2008b).
En un sentido similar, Murray, Caulier y Mulgan, (2010) advierten que la innovación social no se refiere a un sector determinado de la economía, sino a la innovación en la creación de productos y resultados sociales, con independencia de dónde tienen su origen. Estos autores concluyen que la investigación en innovación social no puede limitarse a un sector concreto, como es el caso del Tercer Sector, sino que tiene que cubrir todos los sectores implicados y la dinámica de las relaciones que existen entre ellos. Por tanto, la investigación debe surgir originalmente de la misma sociedad, para retornar posteriormente a ella con soluciones innovadoras. Por consiguiente, la capacidad de innovación depende tanto de la innovación en las estructuras, como de la forma en la que estas se diseminan por el tejido social, regresando a ellas para crear nuevas formas de condiciones de vida favorable en la sociedad.
En definitiva, uno de los principios recurrentes de la relación entre sociedad e innovación social es lograr una transición entre la investigación centrada en los logros técnicos hacia la investigación que pone el foco de atención en las dinámicas innovadoras, estableciendo a la sociedad, sus problemas y la relación entre ambas con la innovación como principal objeto de estudio.