Con una orientación sistémica estos autores han creado un protocolo de intervención flexible, que sigue un principio de individualización en función de las necesidades de las familias, y que no sólo trata de erradicar la conducta violenta, sino que además facilita la realización de cambios en el funcionamiento y la estructura familiar, con el fin de prevenir las posibles recaídas.
Los objetivos fundamentales que plantean en esta intervención establecen la necesidad de evaluar el comportamiento violento y las características de las relaciones familiares, con el fin de introducir cambios en el funcionamiento familiar y restar funcionalidad a la conducta violenta.
Para ello establecen que es necesario implicar a todos los miembros de la familia en el proceso terapéutico trasladando a la familia la idea de la responsabilidad compartida tanto en el problema como en el cambio (Pereira, 2011).
En cuanto a las características de este formato de tratamiento, en primer lugar los autores proponen una serie de criterios de exclusión, dado que la violencia episódica y los casos en los que existe una patología grave, no serían susceptibles de ser abordados desde este marco terapéutico (Pereira et al., 2006).
La intervención propiamente dicha está estructurada en tres fases: la primera orientada a la recogida de información; la segunda que engloba la parte central de la intervención; Una tercera fase dirigida a la finalización de la terapia.
Primera fase: valorar la situación y lograr un compromiso con la intervención
En cuanto a la primera fase, destinada a la recogida de información, los autores exponen que puede ser realizada directamente con la familia, o bien acudiendo a otras fuentes de información como los colegios, servicios sociales, etc.
Este proceso de recogida de información presenta las siguientes características:
Segunda fase: promover cambios en el funcionamiento familiar
La segunda fase de la intervención o fase media busca fomentar cambios en el funcionamiento familiar que sean incompatibles con la conducta violenta, afianzar la relación terapéutica, proponer alternativas a los problemas familiares y establecer un cálculo aproximado sobre el número de sesiones necesarias (Pereira et al., 2006).
Esta fase también incluye la posibilidad de realizar un trabajo individual con algunos de los miembros de la familia, que tratarían de:
Tercera fase: seguimiento y cierre de la intervención
Finalmente, la fase final trata de dar por terminada la intervención y negociar los seguimientos. Para ello se establecen los siguientes objetivos (Pereira et al., 2006):