La contraposición coexistencia / convivencia se ha puesto en paralelo con la de multiculturalismo / interculturalismo (véase, por ejemplo, Puig i Moreno, 1991). Mientras el multiculturalismo describe la situación social en la que dos o más grupos etnoculturalmente diferenciados coexisten en un territorio (estado-nación, región, barrio, etc.), el segundo se refiere a la situación en que dos o más mpersonas o grupos interactúan, dialogan, se mezclan, conviven de hecho (Labat y Vermes, 1994; Giménez, 1997). Hay que matizar que, así planteada, esta contraposición sólo es entendible cuando se utiliza una de las acepciones de multiculturalismo, la más reciente. En los años sesenta y setenta, multiculturalismo denotaba siempre pluralismo cultural, esto es, asunción de la diversidad y respeto a la diferencia del otro (Véase Constant, 2000; Dietz, 2003).
Una de las diferencias entre convivencia e interculturalidad es que mientras la primera se predica de cualquier variable social (convivencia política, social, vecinal, etc.), la segunda es una propuesta en relación con un aspecto de la sociedad como es su diversificación sociocultural. Podemos hablar de convivencia entre viejos y jóvenes, entre personas de diferentes ideologías, entre nacionalistas y no nacionalistas, entre los miembros de un pareja o de una familia, entre los homosexuales de un determinado barrio y el resto de los vecinos, entre las diferentes comunidades autónomas, entre España y sus vecinos, etcétera. La convivencia afecta al conjunto de las relaciones sociales.
En contraste, la interculturalidad remite específicamente a las situaciones de diversidad cultural, religiosa y lingüística, al conjunto de la relaciones interétnicas (Dietz, coord., 2002; Dietz, 2003) De ahí la expresión convivencia intercultural, en la que el adjetivo denota, por un lado, la convivencia entre personas y colectivos etnoculturalmente diferenciados y, por otro lado, la convivencia basada en los principios de la interculturalidad como propuesta sociopolítica y ética. Estos principios de la interculturalidad son los mismos que los de todo pluralismo cultural (la igualdad de trato y no discriminación, por un lado, y por el otro la valoración positiva, respeto y derecho a la diferencia) (véase, Labat y Vermes, 1994; Heise, comp., 2001; Fuller, ed, 2002) y añade énfasis en la interacción positiva entre las partes, valorando lo que se tiene en común (Giménez, 1997 y 2000; Malgesini y Giménez, 2000).
Desde el nuevo racismo se intenta presentar la convivencia entre autóctonos e inmigrantes como imposible. Proclaman que cada cultura sólo tiene sentido allí donde surgió, utilizando sin reparo para ello las ideas antropológicas de la ecología cultural en lo referente a la adaptación de las culturas al medio. Lo que no dicen es que las culturas, lejos de ser conjuntos rígidos y estáticos de conductas y formas de interpretación de la realidad, algo ya hecho así para siempre, son muy por el contrario bagajes flexibles, cambiantes, que efectivamente se adaptan al medio pero no sólo al medio físico sino al ambiente entero, al medio social y no sólo al de origen sino también a la sociedad receptora del inmigrante.
Entre la convivencia y la interculturalidad hay relaciones de mutua necesidad. El predominio de las relaciones sociales de convivencia en una determinada sociedad, ciudad o barrio constituye el mejor de los contextos para avanzar en la interculturalidad, tal y como más arriba se definía. A su vez, la promoción de procesos y espacios de interculturalidad permiten que la convivencia vaya siendo una realidad.
Para que la sociedad intercultural avance y tome cuerpo son necesarias muchas cosas – sobre todo en los campos de las políticas y acciones de igualdad – pero una de ellas es que cunda y sea hegemónico, no solo la valoración positiva de la diversidad y el respeto activo – más allá de todo relativismo extremo – sino especialmente la interacción y comunicación con el Otro culturalmente diferenciado, que procede de otro mundo, habla otra lengua, profesa otras creencias, práctica otros ritos, tiene otro aspecto y presencia, y todo ello no puede ser sin tolerancia bien entendida hacia lo que no es como uno.