Una comunidad es una red de relaciones de apoyo mutuo, de fácil acceso y de la que la persona podría depender (Sarason, 1974). Se trata de agrupaciones amplias de individuos, que pueden desarrollar un sentido de compromiso mutuo pese a que no todos se conozcan entre sí. Las dinámicas de cohesión social pueden ser similares a las que se producen en la interacción en grupos pequeños. Sin embargo, en una comunidad, no todos los miembros se conocen entre sí, sino que están expuestos a la influencia de las relaciones indirectas con individuos que pertenecen al mismo espacio social de referencia. Gran parte del interés de la noción de comunidad reside precisamente en examinar los efectos inconscientes de la estructura social sobre el individuo.
No es fácil establecer los límites de una comunidad. Cuando lo aplicamos a un barrio o a una ciudad estamos recurriendo a una definición externa preexistente, que no siempre se ajusta con exactitud a la experiencia de interacción de los residentes. También podemos basarnos en la definición de los propios miembros, que muchas veces se inspiran en actividades e intereses compartidos, de carácter más impreciso. En ambos casos podemos asumir que se trata de estructuras basadas en la interacción que se traducen en una relación de interdependencia. Desde ese punto de vista, hay diferencias individuales en el grado de centralidad que cada persona ocupa en la comunidad de referencia, así como límites difusos en la periferia, que ponen en contacto con otros espacios de relación.
La literatura ha distinguido tradicionalmente entre comunidades locales y comunidades relacionales:
En cualquier caso, el aspecto al que la investigación ha prestado más atención es la experiencia subjetiva de pertenencia. El sentido psicológico de comunidad fue definido originalmente como “la percepción de similitud con otros, una interdependencia reconocida con los demás, la voluntad de mantener esa interdependencia dando o haciendo por otros lo que uno espera de ellos, la sensación de que uno forma parte de una estructura más amplia confiable y estable” (Sarason, 1974, p. 157).
Esta idea ha sido desarrollada posteriormente en un modelo que distingue cuatro elementos de la experiencia subjetiva de pertenencia a la comunidad. McMillan y Chavis (1986) definen el sentido de comunidad como: “un sentimiento que los miembros tienen de pertenencia, un sentimiento de que los miembros son significativos entre sí y para el grupo, una fe compartida en que las necesidades de los miembros serán atendidas a través de su compromiso para permanecer juntos”. De acuerdo con ello, los componentes del sentido de comunidad son:
La pertenencia, normalmente se basa en la definición de unos límites o unas líneas divisorias (más o menos difusas) entre los miembros y los que no pertenecen a la comunidad, así como en la existencia de símbolos compartidos. En segundo lugar, los miembros sienten que pueden tener una influencia en el grupo, a la vez que son influidos por el colectivo. Por otro lado, la comunidad se basa en el intercambio de recursos, de forma que los individuos se ven recompensados por participar en la misma y ven satisfechas algunas de sus necesidades. Finalmente, la comunidad se basa en una historia compartida, en el desarrollo de rituales y celebraciones, y en una dinámica emocional de carácter colectivo.
El sentido psicológico de comunidad se relaciona, entre otros factores, con el tiempo de residencia, la estabilidad residencial, el comportamiento de participación y la satisfacción con el vecindario (Dalton, Elias & Wandersman, 2001):
En última instancia, el sentido de comunidad resulta beneficioso en términos psicológicos y sociales (Dalton, Elias & Wandersman, 2001). Concretamente, se relaciona con indicadores positivos de bienestar psicológico, satisfacción con la vida y salud física y mental. Las personas que desarrollan una identificación positiva con el entorno comunitario suelen disponer también de mayor percepción de control y mejores estrategias de afrontamiento ante el estrés. El sentido de comunidad se relaciona con menor percepción de delincuencia y está asociado con una mejor situación del barrio en términos de participación, organización comunitaria y necesidades sociales.