La innovación social ha sido seducida también por el mito del emprendedor individual (HARDING 2013). Hoy en día la mayoría de iniciativas que promueven la innovación social construyen su imaginario en torno a la búsqueda del “talento” personal capaz de encontrar una solución genial que permitirá crear un proyecto empresarial al estilo de las empresas tecnológicas.
Esta narrativa carece de evidencia científica ya que la práctica totalidad de iniciativas innovadoras con impacto social positivo requieren del esfuerzo colectivo y además contribuyen a reforzar el relato de que la innovación privada es superior y más eficiente que la innovación pública (MAZZUCATO, 2014). No sólo eso, los ecosistemas de innovación construidos en torno al mito del emprendedor individual que tienen a Silicon Valley como referencia principal y que prácticamente todos los gobiernos quieren replicar, refuerzan la desigualdad hasta límites que afectan a la propia competitividad de la región. Hoy en día, San Francisco y su área de influencia tienen graves problemas para atraer conocimiento y fuerza de trabajo que no se sitúen en lo alto de la pirámide (persona muy cualificadas y excelentement remuneradas) o en la base de la misma (personas sin cualificación y mal remuneradas que no pueden acceder a otro tipo de empleo). No se trata de una cuestión que afecta únicamente a la capacidad de las empresas para atraer todos los perfiles procesionales necesarios o al coste de la vida, los índices de desigualdad aumentan de forma estructural por la incapacidad de las autoridades públicas a la hora de redistribuir la riqueza a través de los impuestos.