El debate acerca del origen biológico o ambiental de los trastornos de conducta, parece superado a raíz de las últimas investigaciones estando, en la actualidad, asumidas por la comunidad científica las siguientes premisas:
- Existe un componente biológico y hereditario que se traduce en un determinado temperamento (Loeber, 1990), una influencia neurofisiológica (Eysenck 1976, Quay, 1987a, 1987b, Gray, 1982) e incluso en el plano neurobíoquimico, con baja actividad serotoninérgica (Stoff y col, 1987, Birmaer, 1990, Brown y Van Praag, 1991).
- Por otra parte, resulta innegable la influencia del ambiente: los estilos educativos inconsistentes y permisivos o muy autoritarios (Patterson, 1982 , Patterson, Debaryshe y Ramsey, 1980), cuyos efectos se que agravan con el estrés (Cerezo, 1997), así como el maltrato, el abandono, el abuso sexual o la exposición a modelos nocivos y desmoralizantes (Farrington, 1978) tienen todos ellos efectos constatables sobre los trastornos de comportamiento.
Tenemos, por lo tanto, un modelo explicativo de influencia recíproca entre los factores biológicos y contextuales, en el que las influencias del ambiente modulan las tendencias y condicionan los procesos del desarrollo, en base a “periodos de sensibilidad neurológica”. (Carlson y col, 1988).