Diferentes investigaciones ponen de relieve que los jóvenes que ejercen violencia filio-parental presentan una baja capacidad empática (Cottrell y Monk, 2004; González-Álvarez, 2012; Ibabe, Jaureguizar y Díaz, 2009; Lozano, Estévez y Carballo, 2013), alta impulsividad (González-Álvarez, 2012; Rechea, et al., 2008), así como baja tolerancia a la frustración (Bertino, et al. 2011; Roperti, 2006) y baja autoestima (Kennedy et al., 2010).
Igualmente se ha observado que la sintomatología depresiva, el sentimiento de soledad, el malestar psicológico, la baja satisfacción vital, y la dificultad para expresar emociones o interactuar emocionalmente también correlacionan con la violencia filio-parental (Lozano et al., 2013).
Estos adolescentes también son irritables, tienen dificultades para controlar la ira y su modo de actuar es egoísta (Aroca-Montolío et al., 2014; Ibabe, Jaureguizar y Díaz, 2007; Rechea y Cuervo, 2010; Romero et al., 2005; Sempere, Losa del Pozo, Pérez, Esteve y Cerdá, 2007). Además, tienen una escasa capacidad de introspección y autodominio (Urra, 1994), suelen presentar un locus de control externo (Ibabe, Arnoso y Elgorriaga, 2014), y en algunos casos también conductas antisociales fuera del ámbito familiar (Romero et al., 2005).
La mayoría de las investigaciones identifican el consumo de sustancias tóxicas de los adolescentes como un disparador de la violencia, ya que provoca cambios significativos en su comportamiento (Cottrell y Monk, 2004; Lozano, et al., 2013). En el estudio de Pagani et al. (2009) se encontró que un consumo elevado de drogas (tanto alcohol como otras sustancias ilegales) aumentaba la probabilidad de que estos adolescentes agredieran a sus madres, incrementando el riesgo de violencia verbal en casi un 60%.
Finalmente, diversos autores señalan que los trastornos psicopatológicos más frecuentes en los hijos/as que agreden a sus padres son: los trastornos del estado de ánimo y/o de ansiedad, el trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, los trastornos de vinculación, el trastorno disruptivo o del aprendizaje, el trastorno negativista desafiante (TND), el trastorno disocial (TD), el explosivo intermitente, y el antisocial del inicio en la niñez y la adolescencia (Cottrell y Monk, 2004; Ibabe et al., 2007; Kethineni, 2004), siendo la categoría diagnóstica más relevante el TND (26.3%), seguida del trastorno explosivo intermitente (17.5%) y el TD (7.9%), (González-Álvarez, 2012).