Consideraciones generales para la intervención con menores víctimas de violencia de género
Riesgo derivado del contacto con el agresor
Casos en los que se mantiene la convivencia con el agresor
Diversos autores destacan que la intervención psicoterapéutica con menores que estén siendo activamente víctimas de algún tipo de maltrato infantil es desaconsejable. Contraria a muchas concepciones asistencialistas, se parte de la idea que los recursos de afrontamiento que posee un menor le permiten defenderse de una realidad que atenta contra su integridad, son necesarios para seguir afrontándola. Es decir, si un niño o niña ha desarrollado un mecanismo de evitación de su realidad durante los episodios de violencia de género, recurriendo a pensamientos mágicos en los que se evade de la violencia de género, no podemos intervenir sobre estos pensamientos mágicos si no lo aislamos primeramente de la amenaza principal que supone para su equilibrio.
Es decir, (el/la menor) debe estar en un ambiente seguro y que le proteja, para posteriormente ser intervenido de las secuelas de la violencia de género.
Si le animamos durante la intervención psico-educativa a dejar esas estrategias de evasión, le estaremos animando a que abandone sus defensas, defensas que le permiten la supervivencia psicológica. (…)
Casos en los que se mantiene contacto con el agresor
En muchas ocasiones se cree que los menores sufren lo peor mientras conviven con el agresor porque no hay posibilidad de protegerles de la situación de violencia de género, ya que la madre se encuentra parcialmente y en ocasiones, totalmente vulnerable e indefensa. Pero existen muchas evidencias que reflejan lo contrario, es decir, el calvario que supone para muchos menores que siguen estando expuestos a situaciones de violencia de género encubiertas, donde asumen un papel más activo al ser manipulados por los agresores para seguir ejerciendo la violencia de género.
De hecho, mientras la pareja aún convive, la madre puede buscar vías para proteger a sus hijos de la violencia (dependiendo del nivel de peligro físico, su fortaleza como madre, los recursos legales y sociales de la comunidad, y la capacidad de ella para buscar y hacer uso de las ayudas disponibles para sí misma, buscar apoyo familiar que impida que los menores sean testigos directos de la violencia).
El modelo propuesto por los autores Bancroft, Silverman, Whitney y Davis (2002) desarrolló las fuentes potenciales que evalúan el riesgo que supone el maltratador para los menores tras la separación. (…) Entre las fuentes potenciales de daño físico y psicológico al menor por contacto con el agresor se destacan las siguientes:
Exposición a amenazas o actos de violencia hacia su madre: estos actos suponen una reexposición a violencia de género, que boicotea el proceso de recuperación del menor.
Deterioro en la relación entre la madre y los hijos: la recuperación emocional de los niños y niñas expuestas a la violencia de género depende de la calidad de su relación con el/la progenitor/a no maltratante, con lo cual las tensiones creadas por el agresor pueden sabotear el proceso de recuperación de las hijas e hijos.
Abuso físico o sexual
El agresor como modelo educativo: existe un elevado riesgo entre los hijos de normalizar la violencia como forma de relacionarse en sus interacciones afectivas y ser un factor de riesgo para la creación de relaciones insanas en el futuro.
Exposición a un modelo de paternidad autoritario
Riesgo ser cuidado de forma negligente o irresponsable
Manipulación y maltrato psicológico
Secuestro
Reexposición a violencia de género en las nuevas relaciones de pareja del padre.
Estos autores plantean que se valore la capacitación del agresor para ejercer como padre y reiteran la necesidad de recopilar toda la información referente al agresor, prestando especial atención a los conocimientos y percepciones de la mujer maltratada. Así mismo plantean que se valoren tres dimensiones de riesgo para los/as menores:
Nivel de riesgo físico.
Nivel de riesgo de abuso sexual.
Nivel de riesgo psicológico.
Brancroft y Silverman (2002) destacan que las experiencias que tienen estos niños y niñas durante las visitas dañan su fortaleza y seguridad en sus relaciones con sus madres, o pueden causar un retroceso en su curación emocional del trauma por la exposición a la violencia de género.
Es sumamente importante la sensibilización sobre los perjuicios de mantener la relación de los menores con el padre, ya que pueden superar los beneficios que pueda aportarle una relación con un agresor con antecedentes de violencia.
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