Existen tres razones principales que pueden conducir al ingreso permanente de una persona con discapacidad en un servicio residencial:
Sea cual sea la razón del ingreso, cuando éste se produce es esencial tener muy presentes dos cuestiones:
Esto significa que, siempre que la urgencia de la situación no lo impida, es necesario planificar el proceso de ingreso con la persona con discapacidad y, en su caso, con su familia, tratando de determinar, en función de su capacidad, de sus preferencias y de sus deseos, si efectivamente la solución residencial es la más adaptada o, si por el contrario, una alternativa de vida independiente se ajustaría mejor a la situación específica de la persona. En el caso de optarse por una solución residencial, será necesario determinar cuál de las diversas opciones disponibles es la que mejor se ajusta a dichas especificidades, tratando de evitar que, a ese cambio de vida, se sumen, de forma simultánea, otros cambios de servicio.
Incorporación a un servicio residencial por decisión propia
En los casos en los que sea la propia persona la que, en un deseo de mayor independencia, decida ingresar en un servicio residencial, es necesario que, en la planificación del ingreso a la que se acaba de aludir, se tengan presentes y se organicen dos tipos de apoyo, unos dirigidos a la propia persona, otros dirigidos a la familia.
Incorporación a un servicio residencial por imposibilidad del entorno familiar para seguir atendiendo a la persona con discapacidad
Con frecuencia, las personas con discapacidad llegan catapultadas al servicio residencial a consecuencia de la muerte o enfermedad de sus cuidadores habituales. Esta es una situación extremadamente penosa y difícil para ellas, pues tienen que adaptarse a un nuevo contexto y estilo de vida, sin que esa nueva situación se derive de su elección y decisión propias, a la vez que se enfrentan a la ausencia de sus familiares -cuando la enfermedad de estos, por ejemplo, dificulta y espacia las visitas- o, incluso, al duelo -cuando el ingreso se ha producido a causa del fallecimiento de esta persona-. No debemos olvidar que, con frecuencia, cuando la persona con discapacidad ha vivido en casa de sus padres durante su edad adulta, se ha desarrollado una relación totalmente diferente a la de las demás familias, llegando a compartir prácticamente todas las actividades de la vida diaria y las actividades de ocio... Cualquier cambio en una relación tan cercana, tan intensa y, con frecuencia, tan exclusiva, puede resultar extremadamente dolorosa y estresante.
A ello se añade el estrés originado por la pérdida del entorno habitual, al dejar de tener contacto con caras, entornos y cosas que resultaban familiares y referenciales y, por lo tanto, reconfortantes. Esta situación se ve agravada cuando la incorporación se produce en un servicio residencial alejado del domicilio familiar, ya que la distancia dificulta, en la práctica, el mantenimiento de los contactos posteriores, sobre todo cuando existe una situación de enfermedad o de pérdida de autonomía que, en la práctica, impide los desplazamientos de las y los familiares al servicio.
Es importante estructurar los apoyos necesarios para ayudar a las personas con discapacidad a vivir estas situaciones.
En los casos en los que el ingreso es consecuencia del fallecimiento de la persona o de las personas que, hasta entonces, actuaban como cuidadoras habituales, es imprescindible respetar el tiempo que necesita cualquier persona para hacer el duelo por la muerte de un ser querido, y ayudarle a expresar sus emociones y sus sentimientos. Aunque, por lo general, un proceso de duelo presenta tres fases emocionales -fase de tristeza, fase de rabia y frustración, fase de ajuste y reajuste- no debemos olvidar que es un proceso natural que cada uno de nosotros vive de manera diferente y a su propio ritmo. En algunos casos, las emociones asociadas al duelo no se expresan de forma inmediata; en esas situaciones puede parecer que la persona es indiferente al suceso o no es plenamente consciente de su significado y consecuencias, pero lo cierto es que el impacto se manifestará tarde o temprano y es imprescindible prestar atención a esas manifestaciones, porque, posiblemente, no adopten la forma esperada.
Estas especificidades individuales determinan que, en tales momentos, sea necesario valorar, en función de las circunstancias, la mayor o menor conveniencia de algunas pautas, sobre todo cuando la persona tiene discapacidad intelectual o algún deterioro cognitivo:
No existe un tiempo determinado para el duelo, pero está claro que si no se ofrece a las personas el apoyo que requieren durante el mismo, el proceso puede alargarse más de lo deseable.
Cambio de servicio residencial
En ocasiones las personas con discapacidad deben afrontar un cambio de entorno residencial derivado de un traslado de servicio. Este traslado puede obedecer a diferentes razones:
Un traslado de estas características que, en principio, se idea y articula con intención de que constituya una considerable mejora para la calidad de vida de la persona, puede conllevar también un serio inconveniente, a saber, la pérdida del contacto con el personal y compañeros y compañeras del servicio residencial en el que hasta entonces ha vivido y esto, para personas con relaciones sociales muy limitadas, puede suponer una pérdida muy significativa. Con todo, también es cierto que puede presentar la ventaja de ampliar el ámbito relacional y de evitar un exceso de coincidencia entre las personas con las que se relaciona en sus diferentes ámbitos de vida: vivienda, centro de trabajo, de actividades ocupacionales o de día, o de actividades de ocio.
Aquí también, para facilitar la transición de un servicio a otro es importante, de nuevo, planificarla cuidadosa y gradualmente, posibilitando, antes del traslado, contactos con el nuevo servicio. Hay que prestar especial atención al grupo de residentes en el que se decide incorporar a la persona y, sobre todo, facilitar el mantenimiento de las relaciones con su antigua vivienda, a la vez que se proporcionan nuevas oportunidades de relación en el nuevo contexto residencial.
En los casos en los que se produce un traslado de un servicio residencial a otro, puede ocurrir, y conviene preverlo, que los familiares se muestren molestos o reacios, principalmente porque les cuesta entender que quienes anteriormente les recomendaron el acceso a un determinado servicio les digan ahora que existe otra opción mejor. De ahí que cuando desde el servicio se considere conveniente un cambio residencial, es necesario presentar esa propuesta en el marco de las reuniones de planificación individual en las que, de acuerdo con la Planificación Centrada en la Persona, participan tanto la propia persona con discapacidad como quienes mantienen con ella un fuerte vínculo. En ese contexto, se adoptará la decisión que se consensúe y estime más pertinente, en atención a las mejoras que pueda suponer el nuevo emplazamiento.