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Mujer, discapacidad y sexualidad: el doble estigma

Si la sexualidad entre las personas con discapacidad es un tema tabú, lo es todavía más en el caso de las mujeres con discapacidad. Esta doble invisibilización se debe a diferentes factores:

  • La sexualidad de las mujeres, con o sin discapacidad, sigue estando más oculta que la de los hombres. En efecto, ha tendido a considerarse, sobre la base de una larga tradición de neutralización de las manifestaciones sexuales de las mujeres, que estas últimas no tienen necesidades de naturaleza sexual (en los hombres, en cambio, sí se reconocen, aunque asociadas a necesidades puramente fisiológicas).
     
  • Algunas personas con discapacidad carecen de las habilidades requeridas para comunicar sus necesidades sexuales. En tales casos, así como en los hombres, la excitación sexual es visible, en las mujeres no lo es y puede, por lo tanto, pasar desapercibida, lo que determina que no se considere como algo relevante ni por parte del personal, ni por parte de la familia.
     
  • Las familias de las mujeres con discapacidad tienden a verlas como eternas niñas, seres asexuados y vulnerables a los que hay que proteger de posibles abusos o engaños; en particular, la maternidad se percibe y se vive como algo tabú.
     
  • Con frecuencia, el cuerpo de las mujeres con discapacidad no se ajusta a los cánones de belleza femeninos más difundidos, lo que contribuye a que desarrollen una baja autoestima, que repercute negativamente en sus relaciones sociales y afectivas. Lo mismo ocurre en el caso de los varones con discapacidad, pero con el agravante en las mujeres de que, tradicionalmente, la percepción de su apariencia ha tenido mayor influencia sobre su autoestima, debido a las convenciones sociales y a los roles de género.


Este fenómeno de invisibilización ha determinado, y todavía determina, que tanto en los servicios como en el medio familiar, no dé igual que la persona con discapacidad sea hombre o mujer. Cuando es varón, se aceptan sus manifestaciones eróticas y sexuales con mayor naturalidad, pero cuando es una mujer se tiende a la sobreprotección, por el temor a posibles abusos, al embarazo, al contagio de enfermedades venéreas o incluso a la opinión de terceros. Al hacerlo, no somos lo conscientes que debiéramos ser con respecto al hecho de que esta actitud de sobreprotección lleva, precisamente, al resultado contrario al deseado: el acceso limitado a la información y el escaso control que las mujeres ejercen sobre sus propios cuerpos, su afectividad y sus deseos las convierten en seres más vulnerables a la explotación sexual, a la violencia, y a los abusos.

Los datos indican que el 80% de las mujeres con discapacidad es víctima de violencia, y que estas personas tienen un riesgo cuatro veces mayor que el resto de las mujeres de sufrir violencia sexual.

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