Los cambios ambientales que suelen acompañar al proceso de envejecimiento pueden tener un considerable impacto y constituir un factor de riesgo para el bienestar y la estabilidad de la persona con discapacidad, aun cuando en muchos casos resulten inevitables -por ejemplo, cuando se derivan de la imposibilidad sobrevenida para el familiar más cercano de seguir atendiendo a la persona con discapacidad- o necesarios -por ejemplo, cuando resultan de la necesidad de contar con un nivel de apoyo para las actividades de la vida diaria mucho más intenso o de la conveniencia de desenvolverse en un entorno mejor adaptado física y funcionalmente a las capacidades de la persona y a sus deseos vitales-.
Otro elemento que puede tener una fuerte incidencia en la vida de la persona es el cese de la actividad laboral, ocupacional o de día, que se produce a partir de determinada edad. Marca, para muchas personas con discapacidad, como para el resto de la población, un antes y un después, una ruptura en sus vidas, no siempre fácil de asumir. Es esencial tener presente que, con independencia de las repercusiones emocionales, la jubilación significa la pérdida de una fuente importante de estimulación y de actividad:
Es indispensable, en consecuencia, desarrollar programas de preparación a la jubilación que permitan una transición más sosegada.
Por último, el envejecimiento es una fase del ciclo vital en la que las personas se ven confrontadas a la pérdida de seres queridos, pérdida que genera fuertes sentimientos de soledad y desamparo, y de estrés, especialmente si implican cambios repentinos de residencia.
Principales cambios en la vida social y familiar en la fase de envejecimiento
Lo anterior lleva, una vez más, a reforzar la necesidad de fomentar la autonomía en las personas con discapacidad, no sólo para que puedan desarrollar sus diferentes facetas y desenvolverse en los distintos ámbitos personales, familiares, laborales y sociales, sino también para que dispongan de recursos personales idóneos para hacer frente y adaptarse a los cambios y situaciones críticas que acontecen a lo largo de la vida. Cuanto más se fomente su autonomía, más probabilidades existen de que sean capaces de adaptarse a nuevas circunstancias vitales; y, a la inversa, cuanto menos se fomente su autonomía, cuanto más se les proteja de acontecimientos exteriores a lo largo de su vida, menores oportunidades de aprendizaje y de adaptación a nuevas situaciones desarrollarán, lo que mermará su capacidad de adaptación en fases más avanzadas en las que necesariamente se producirán cambios importantes con un fuerte impacto en su forma de vida.
Hay que dar a las personas con discapacidad la oportunidad de tomar sus propias decisiones y de responsabilizarse de ellas, informándoles sobre su futuro y preguntándoles sobre sus deseos y preferencias.
También es importante no ocultarles ciertas realidades a las que tarde o temprano se verán enfrentadas, de modo que conviene permitir que puedan visitar a familiares enfermos, que conozcan la existencia de la enfermedad, de la dependencia y también de la muerte. Esto resulta esencial porque en algún momento, las y los familiares que siempre les han atendido se enfrentarán a la imposibilidad de seguir haciéndolo debido a su propio proceso de envejecimiento y, en ese momento, la persona con discapacidad estará mejor preparada para hacer frente a esta nueva situación, a una separación, si ha ido adquiriendo capacidad de decisión y de adaptación a lo largo de su vida. También sus padres u otros familiares vivirán mejor si saben que la persona con discapacidad está preparada para la vida y para asumir una nueva fase en su ciclo vital.