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Fases de la Evaluación Funcional de Conductas Problemáticas

Una vez establecido el nivel de prioridad de las conductas problemáticas, hay que proceder a la definición operativa de las conductas que se han establecido como prioritarias. Las definiciones operativas son indispensables para garantizar que todos los miembros del personal que intervienen en la evaluación saben, sin género de duda, cuál es la conducta objeto de evaluación, con el fin de que respondan a ella de forma consistente cuando se presenta. Además, estas definiciones facilitan la recogida continuada de datos sobre la frecuencia y la intensidad de la conducta problemática al objeto de conocer la evolución de la intervención y su mayor o menor grado de éxito, y son esenciales para formular hipótesis sobre la función o el objetivo que subyace a la conducta problemática.

Para definir operativamente una conducta problemática es necesario detallar las acciones observables que la componen, evitando el recurso a descripciones genéricas que, por su ambigüedad, pueden dar lugar a muy diversas interpretaciones. Por ejemplo, definir una conducta como agresiva es demasiado genérico; podría significar arañar, pegar, empujar, dar patadas, tirar cosas, u otras muchas cosas; para definir la conducta agresiva es imprescindible detallar las conductas específicas en las que consiste la agresión.

Es muy importante tener siempre presente esta necesidad de concreción. En la práctica, el imperativo cotidiano, las numerosas tareas y la necesidad de prestar atención a las personas usuarias puede llevar a desconsiderar las funciones de registro y descripción de las conductas, pero es esencial hacerlo y hacerlo bien; las imprecisiones o las generalizaciones desvirtúan la aplicación del método y llevan a resultados no fiables que, por lo tanto, no van a servir para cernir la conducta y garantizar una intervención consistente sobre ella.


Ficha de Autoevaluación

En este punto del proceso, ya habrá entrevistado a personas que, como usted, conocen bien a la persona con discapacidad cuyas conductas son objeto de evaluación, y, en su caso, habrá entrevistado también a la propia persona con discapacidad. Como resultado de esas entrevistas, habrá identificado las conductas que resultan particularmente preocupantes y las situaciones, contextos o entornos en los que aparecen estas conductas. Si ha identificado como problemáticas varias conductas, también habrá tenido que establecer entre ellas un orden de prioridad para el análisis y la intervención, al objeto de facilitar las fases posteriores del proceso: quizás haya identificado algunas conductas que requieren intervención inmediata; otras que, aunque precisan de una intervención, no requieren la máxima inmediatez; otras conductas que pueden someterse únicamente a una supervisión informal; incluso, puede haber optado por tolerar algunas conductas y, en consecuencia, por no incluirlas entre las que deben tratar de modificarse. Finalmente, habrá procedido a establecer las definiciones operativas correspondientes a las diferentes conductas problemáticas que ha seleccionado como objetivo de la intervención, en términos observables y medibles.

La siguiente tabla ofrece un guion para que pueda hacer una autoevaluación de esta primera fase y de los resultados obtenidos en la misma. Tras realizar esta autoevaluación, puede iniciar la fase siguiente del proceso consistente en recoger la información necesaria para poder formular las hipótesis más plausibles respecto a la función que desempeñan y al objetivo que persiguen las conductas problemáticas para la persona con discapacidad.


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