Las personas con epilepsia pueden llevar una vida normal: trabajar, estudiar, disfrutar de su ocio (pasear, nadar, etc.), utilizar el ordenador o ver la televisión, pero tienen que actuar con precaución y evitar cualquier riesgo de crisis. En el caso de las personas con discapacidad, es esencial que las y los profesionales de apoyo estemos atentos a esta situación y pongamos los medios necesarios para evitar las crisis sin sobreproteger, innecesariamente, a la persona.
La epilepsia afecta a la confianza y a la autoestima: dado que puede resultar muy embarazoso sufrir una crisis en público, existe el riesgo de que quienes la padecen tiendan, consciente o inconscientemente, a evitar determinadas situaciones o a disminuir su nivel relacional. Algunas personas pueden llegar incluso a negar su epilepsia y, en consecuencia, a no aceptar su tratamiento.
Las crisis pueden tener consecuencias graves, incluso fatales. Pueden empeorar el funcionamiento intelectual perjudicando la atención, el aprendizaje y la memoria. Las crisis severas recurrentes y prolongadas pueden causar también daño cerebral progresivo. Esto puede favorecer un empeoramiento del control de las crisis y del funcionamiento intelectual.
En algunos casos, la epilepsia también puede causar la muerte de la persona. Esto ocurre a veces como resultado de problemas respiratorios o ritmo cardíaco irregular durante el estado epiléptico y, ocasionalmente, en crisis prolongadas o rápida sucesión de crisis repetidas durante 30 minutos o más. También existe un riesgo de muerte asociado a los accidentes causados por las propias crisis epilépticas, como lesiones o asfixia.