Son múltiples las características propias de la ancianidad que constituyen factores de riesgo de la salud nutricional y que condicionan las necesidades de este grupo y las demandas de recursos sanitarios, humanos, económicos y sociales:
Es el segmento de edad más diverso y heterogéneo de toda la población, en el que se incluyen ancianos sanos y enfermos, de vida independiente, institucionalizados hospitalizados. Esta heterogeneidad se refleja también en las necesidades nutricionales, por lo que se requiere, en numerosos casos, una atención individualizada.
Es uno de los grupos de población más vulnerable, dependiente y con mayor riesgo desde el punto de vista nutricional. Existen múltiples factores relacionados con el envejecimiento que determinan cambios en las necesidades nutritivas, en la ingesta de alimentos y en el estado nutricional.
Se consumen con frecuencia dietas monótonas y con baja densidad de energía y nutrientes. Se han observado ingestas deficitarias de calcio, cinc, magnesio, hierro, vitaminas D, B6, B12, E, tiamina, retinol, carotenos y ácido fólico. La alteración en la percepción sensorial de los alimentos y de ciertas hormonas y neurotransmisores implicados en la saciedad, contribuyen a la denominada “anorexia del envejecimiento”.
Es uno de los grupos con mayor riesgo de malnutrición. Aproximadamente un 4% de la población ≥ 65 años sufre desnutrición y un 22-25% está en riesgo de padecerla. El riesgo es mayor en mujeres que en hombres, en los más ancianos y en los institucionalizados.
Al igual que en otras poblaciones del entorno mediterráneo, la prevalencia de sobrepeso (43%) y obesidad (30,2%) (33% en mujeres y 25,5% en hombres) es también preocupante.
Baja ingestión de líquidos, que contribuye al alto riesgo de deshidratación.
Alta prevalencia de enfermedades, especialmente degenerativas, que afectan de forma directa o indirecta al estado nutricional. El 94,9% de los mayores tienen alguna dolencia crónica.
Elevado consumo de gran variedad de fármacos, muchas veces crónico, no sólo por prescripción médica sino también por automedicación, que puede comprometer la biodisponibilidad de los nutrientes debido a las interacciones fármaco-nutriente. Los efectos secundarios de los fármacos también pueden afectar a la ingesta y al estado nutricional.
Problemas de masticación y deglución de los alimentos, motivados por la disminución en la secreción de saliva y las alteraciones de la dentadura, que se ven favorecidas por hábitos incorrectos de higiene bucal.
Cronicidad del estreñimiento en la población geriátrica, que suele ir frecuentemente acompañada del uso abusivo de laxantes, con la consecuente alteración de la absorción de nutrientes, particularmente de micronutrientes. Los frecuentes procesos diarreicos de rebote contribuyen a la menor utilización nutritiva de la dieta.
Las minusvalías y discapacidades, mayores a medida que aumenta la edad, reducen la autonomía y limitan o imposibilitan tareas tan cotidianas y necesarias como el cuidado personal, hacer la compra, cargar con bolsas, preparar la comida o el mismo hecho de comer.
La disminución de la actividad física es, probablemente, uno de los factores que afectan en mayor medida al estado nutricional de las personas mayores, pues adaptarse a unos menores requerimientos de energía presenta un riesgo incrementado de deficiencias nutricionales, especialmente de micronutrientes.
Los escasos conocimientos sobre nutrición y la baja capacidad económica de una parte del grupo dificultan la adquisición de alimentos y el consumo de dietas variadas y equilibradas.
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