La percepción de control es un elemento imprescindible para la supervivencia y adaptación al medio natural y social, configurándose como la unidad básica de cualquier pensamiento y acción. La percepción de control funciona como un instrumento de defensa cognitiva y de control ante la incertidumbre y la aleatoriedad de los acontecimientos sociales.
Hay personas que atribuyen las claves de ese control a aspectos que dependen de sí mismas (voluntad, esfuerzo, acciones propias...); otras piensan que son factores externos los que condicionan el control (la suerte, el destino, intervenciones de otros, “fuerzas”, voluntades divinas). La manera de percibir cuáles son las claves del control es aprendida y variable a lo largo del tiempo, en diferentes contextos (la vida personal, el empleo...) y también en función de las características de cada personalidad.
La percepción de control personal lleva consigo el cumplimiento de las siguientes condiciones:
Recordemos las propuestas de la “Escalera de la Participación”. Una persona no se sentirá motivada para participar si siente o si percibe que las decisiones últimas dependen de otros, aunque previamente se haya realizado una consulta para recoger sus opiniones. Sentir que no tenemos nada de control sobre nuestra vida es muy desmotivante. Saber que lo que logremos no está en nuestras manos, depender de otras personas, de un profesional, de un director, de un programa, de un político, no ayuda a implicarse en el proceso ni en el propio destino.
Los efectos positivos de fomentar la sensación de control entre las personas, tanto en el seno de las organizaciones como en la propia comunidad, están suficientemente comprobados. La idea central es proporcionar a la persona la posibilidad de elegir situaciones en las cuales pueda experimentar que sus esfuerzos son útiles. Se encuentra una clara relación entre la percepción de control y el bienestar.
A través de las técnicas participativas, podemos generar situaciones de aprendizaje y refuerzo basadas en experiencias positivas donde el grupo actúa como facilitador. Estas experiencias positivas ayudan a romper con las atribuciones causales que están por detrás de la indefensión y promover un enfoque de relaciones y de desarrollo basado en la identificación y movilización de las competencias de las personas. Todo esto contribuye a desarrollar autodeterminación, autonomía, sensación de poder y bienestar, y con ellas, la participación de las personas en el grupo y en la vida social, ya que cuentan con más herramientas de afrontamiento ante el estrés y la frustración, entre otras. La indefensión aprendida es eso, aprendida. Por lo tanto, también puede desaprenderse. Y para ello es importante trabajar tres cuestiones: