Es fundamental determinar el número de comidas diarias que deben hacer los mayores. Lo más correcto es fraccionarlas al menos en cuatro comidas: desayuno, comida, merienda y cena, siendo lo óptimo una colación, sobre desayuno refuerzo suave a media mañana.
Los horarios de las comidas son muy importantes, deben adecuarse y racionalizarse, distribuyéndose a lo largo del día, espaciando las comidas entre sí suficientemente y no picando entre ellas.
Especial atención ha de tenerse en las instituciones (residencias de mayores u hospitales), con horarios rígidos, adecuados a los turnos de trabajo de los empleados y poco acordes a las necesidades reales de los comensales.
Hemos de ofertar un aporte energético adecuado en cada una de las principales comidas, que bien podría aproximarse al siguiente: desayuno (25-30%), almuerzo (5%), comida (40%), merienda (5-10%) y cena (20-22%).
Debemos elegir menús variados y conocidos, usar preparaciones sencillas y fáciles de elaborar. Utilizar los hervidos y “a la plancha”, evitar los fritos, asados, guisos y salsas fuertes.
Hay que controlar las especias, picantes y condimentos, ya que los mayores presentan una disminución de las secreciones digestivas y de las enzimas encargadas de la digestión.
Se pueden utilizar hierbas aromáticas para potenciar el olor y sabor de los alimentos, por los déficit del gusto y del olfato.
Evitar los alimentos demasiado calientes, las temperaturas elevadas sacian más. Los alimentos más templados se toleran mejor, sacian menos y se potencia más el aroma de estos.
La dieta tendrá un aspecto atractivo, una textura adecuada y un manejo fácil.
Si presenta problemas de salud bucodental, se debe adecuar la densidad o textura de la dieta a las capacidades masticatorias y deglutorias individuales de cada persona.
Si presenta problemas de atragantamientos al deglutir (disfagia), utilizar una textura homogénea, o bien una alimentación básica adaptada para personas mayores, que consiste en productos con sabores variados, de una textura homogénea, que favorecen la deglución, que aportan un alto valor nutricional y, sobre todo, exacto y constante, sin manipulaciones.
Evitar las grasas saturadas (carnes con grasas, embutidos y la leche entera), tomando 3 raciones al día, siendo lo óptimo una cuarta ración en la mujer, de leche semidesnatada o desnatada y suplementada con vitaminas A, D y E. Mantener una ingesta adecuada de vitamina D y calcio, acompañado de paseos y tomar el sol.
El consumo de pescado ha de ser mayor que el de carnes, y se pueden tomar de 3 a 4 huevos por semana. Utilizar carne de pollo y pavo por su bajo contenido en grasas saturadas.
Aumentar el consumo de fibra con una dieta rica en cereales, frutas, verduras y legumbres, con un adecuado aporte de hidratos de carbono complejos, y evitar los hidratos de carbono simples o refinados, limitando los edulcorantes (azúcar), bollería, pastelería y dulces.
Controlar los alérgenos y aditivos (muchos desconocidos) contenidos en los alimentos por las intolerancias que presentan los mayores. Especial atención debemos prestar a la intolerancia a la lactosa. A veces existen reacciones cruzadas entre lácteos y carnes, etc.
Se debe controlar la ración ingerida de cada plato, y si habitualmente deja un “sobrante” mayor del 25% del mismo, se efectuará un control de peso mensual cada 3-6 meses, consultando a su médico o enfermera en aquellos casos en los que las pérdidas superen el 7,5% y el 10% de su peso a los 3 y 6 meses, respectivamente, por el riesgo de malnutrición. En estos casos selectivamente se efectuará una valoración nutricional ampliada con datos de peso, talla, índice de masa corporal, analítica, etc.
Si en el domicilio no se dispone de básculas o rampas para pesar a las personas dependientes, utilizar métodos alternativos para controlar el peso de forma indirecta, a través de las tallas de la ropa.
La soledad, las enfermedades, la toma de múltiples medicamentos (polimedicación), la discapacidad y la pérdida de visión hace que se adopten malos hábitos alimentarios que son factores de riesgo para la malnutrición, como las dietas monótonas, a expensas de conservas, dulcería-bollería, etc., por las dificultades para la compra y acceso a los alimentos y a su elaboración, problemas de inapetencia, dificultades en la absorción de nutrientes, etc.
Si la dieta tradicional no logra un aporte adecuado de nutrientes o existe una mayor demanda por estrés, úlceras por presión, etc., se recurrirá a los suplementos complementos dietéticos, que aportan un mayor contenido energético y de nutrientes en el menor volumen posible. Esto se puede conseguir mediante alimentos naturales enriquecidos con otros complementariamente (yogur con fruta batida y frutos secos troceados, purés de patata, leche, pollo o pescado blanco, huevo, etc.), o bien mediante productos comerciales.
Los suplementos nutricionales nunca han de sustituir a la dieta habitual, deben utilizarse cuando con una dieta adecuada no logre cubrir las necesidades nutricionales y siempre que el tracto gastrointestinal permanezca intacto. Se debe elegir el momento adecuado de las tomas y los sabores y aspectos más atractivos para el paciente.
Por último, cuando no se puedan satisfacer las necesidades nutricionales con la ingesta oral habitual ni con suplementos, se recurrirá a la nutrición enteral. La vía de acceso dependerá de la situación clínica, necesidades del paciente, tiempo de tratamiento previsto y riesgo de complicaciones.
Se debe comer despacio, masticar bien y tomar agua en la comida sin exceso (máximo 1-1,5 vasos), pues produciría sensación de saciedad o plenitud. El resto (4 a 6 vasos) se beberán gradualmente a lo largo de todo el día, hasta llegar a 1,5-2 litros/día (8 a 10 vasos de agua/día), aunque no tengan sed. Salvo ante situaciones de estrés, aumento de temperatura, ejercicio, etc., que podrá llegar a 3-3,5 litros/día.
El agua debe ser la bebida por excelencia, ha de ser sin gas, para evitar flatulencias, salvo ante cuadros dispépticos en los que se prescriba con gas, no muy rica en minerales para evitar descompensaciones y a una temperatura agradable 12-14 ºC.
No es necesario que toda la ingesta externa de líquidos sea exclusivamente a expensas de agua, podemos adaptarnos a las apetencias individuales con leche, zumos, infusiones, tisanas, caldos, sopas, etc. Moderar el consumo de café o sustancias excitantes, como el té.
Solo se restringirá la ingesta líquida cuando sea imprescindible para su subsistencia, por las posibles descompensaciones que puedan sufrir algunos problemas de salud, como insuficiencia cardiaca severa, edemas severos, insuficiencia renal muy avanzada, etc.
Ante problemas deglutorios para los líquidos (disfagia), los sabores fuertes, con edulcorantes, lima o limón, aumentan la apetencia y son útiles. Si pese a ello no ceden, utilizar espesantes, aguas gelificadas o gelatinas, para disminuir o evitar el riesgo de aspiración de alimentos.
Iturri
Gil, P., et al. (coords.), Manual de buena práctica en cuidados a las personas mayores. Madrid, Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, 2013, 613 p.
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